lunes, 28 de febrero de 2011

Ella, el hombre y el bolso

Al fin estaba sola. Desde la última vez que ese hombre estuvo en su casa esperaba con ansias locas quedarse sola para recordar sin que nadie la interrumpiera. Todavía no sabía como explicarle a alguien más lo que la inquietaba.

Se paraba todos los días en el mismo sitio, como ese primer día en que lo vio acercarse sudoroso a la puerta de la casa, con ese bolso gris en su mano, agarrándolo fuertemente como para que no se le escapara.

Al verlo se asustó, era extranjero, muy diferente a todo lo que ella había visto.

-Déjame pasar, dijo éste.

Ella con cierto temor se apartó de la puerta y lo dejó pasar, no sabía por qué pero no pudo decirle que no. El extraño hombre se sentó en el viejo y desteñido sofá, ella no dejaba de mirarlo sorprendida, sabía que no estaba bien que estuviera ahí, lo que la ponía muy nerviosa.

-Dame de comer, dijo con voz cansada.

Ella fue apresurada a la cocina, sacó un perico y unas arepas que habían quedado del desayuno, los puso en un plato y cuando volteó ya el hombre estaba en la mesa mirando el plato que ella traía en sus manos. El hombre devoró la comida, tenía mucha hambre.

A pesar de su desespero, usaba sólo su mano izquierda; con la derecha seguía aferrado al bolso. Su pierna se movía de arriba a abajo como si quisiera apurar el tiempo con ese movimiento rápido y aparentemente involuntario. Se tomó un vaso de agua que ella le puso en la mesa y levantó la mirada; por primera vez ella sintió que él la había visto, sus pupilas se dilataron y sintió que su cuerpo se sonrojó completamente.

-“Quiero dormir”.

Ella asintió con la cabeza y le señaló nuevamente el viejo sofá; él hombre se dirigió hacia él, se recostó y sin soltar el bolso se durmió y empezó a roncar.

Pasó algo de tiempo y ella comenzó a ponerse nerviosa, llegarían su padre y sus hermanos a almorzar, ella no había cocinado, encontrarían al extraño hombre en la casa, seguro que pelearían con él y lo echarían a gritos ¿Cómo les explicaría que él estaba ahí?

“Me voy, vuelvo mañana”, el hombre interrumpió su novela mental.

Se fue, no dijo más nada, ella sólo asintió.

Hizo los oficios rápidamente y al llegar los hombres de la casa a almorzar no se dieron cuenta de la rara visita. Ella estaba nerviosa, lo disimuló pues decidió no decirles nada; sentía que estaba ocultándoles algo muy importante pero que era muy difícil de explicar, algo que finalmente no había traído consecuencias.

Al día siguiente, después que se fueron los hombres, ella se paró en la puerta y se puso a recordar la visita del día anterior cundo lo vio aparecer nuevamente.
Era como la escena repetida, todo fue igual: “Quiero pasar”, se sentó en el sofá, “tengo hambre”, comió y movió la pierna, “voy a dormir”, roncó, “me voy, vuelvo mañana” y se fue.

Ella no podía creerlo, ¿estaba soñando? ¿Cómo saber si no estaba padeciendo un raro tipo de locura? Llegó el otro día, el otro y el otro, todos fueron iguales, ella nunca se atrevió a cambiar nada, al contrario le alistaba el desayuno cuando llegaba y le ahorraba unos minutos que el hombre usaba para dormir un poco más.

Pero ese último día pasó algo diferente, el hombre le dio el bolso y cambió el “me voy, vuelvo mañana” por “guárdame esto, no lo revises” y se fue.

El bolso era pesado, lo escondió en el fondo de su escaparate, ahí estaría seguro. Al día siguiente era sábado, los hombres de la casa se levantaron tarde, ella no pudo evitar ponerse nerviosa de pensar en la aparición del extraño con su rutina ante los ojos de su padre y hermanos. Pero ese día no fue, ni los otros días, no regresó o por lo menos no ha regresado.

Ella lo sigue esperando, ahora sí está decidida a hablarle, a preguntar su nombre y origen, a cambiarle el menú y a ofrecerle un catre en lugar del sofá para su siesta. Pero no ha regresado.

¿El bolso? Sí lo revisó, está lleno de billetes de 100; no conoce la moneda, no lee muy bien y cree que están en otro idioma, pero está segura que es mucho dinero.

La preocupa un poco su desobediencia, pues él le pidió no revisar el bolso y lo hizo, pero no le va a decir nada cuando regrese. Porque aún ella lo está esperando, ya sabe que no está loca, no todavía.

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